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Doña Belinda de Ayala
Viuda de Hostos

Manuel Guzmán Rodríguez

I

 

Hoy hace un mes de haber fallecido, en San Juan, mi buena amiga doña Belinda de Ayala, viuda del apóstol puertorriqueño don Eugenio María de Hostos, que falleció, hace catorce años, en Santo Domingo.

 

Poco, muy poco me parece lo que hasta ahora he escrito llorando la muerte de doña Belinda, en El Carnaval de San Juan y en El Misionero de Manatí.

 

Y van estas cuartillas para Puerto Rico Evangélico, que las acogerá, cariñosamente, en sus columnas; pues bien lo merece la memoria de la ilustre compañera del moralista puertorriqueño, que escribió el hermoso capítulo de su Moral Social: «La moral y el protestantismo».

 

Era doña Inda, así la llamábamos sus amigos, dama cultísima, de exquisita cultura literaria, de brillantes dotes artísticas, en la música, en la pintura y en el canto; pero antes que nada y más que nada era la entusiasta admiradora del talento y de la labor científica, literaria y patriótica del llorado esposo, del amado ausente, con el cual compartió glorias y penas, al cual alentó siempre en la ardorosa lucha por el santo ideal.

 

En los tiempos en que era presidente del Ateneo de San Juan, el Dr. don Manuel Quevedo Báez, se celebró en aquel Instituto una velada en memoria de don Eugenio María de Hostos, el patriota y sabio puertorriqueño.

 

Uno de los buenos discursos de aquella velada fue el de don Manuel Fernández Juncos, que disertó sobre el tema: «Hostos Educador.»

 

En aquel discurso, sin duda con sana y honrada intención, se propuso Fernández Juncos presentar la labor del educacionista por encima de la del patriota, y esto no lo podía leer sin protesta la descendiente de patriotas cubanos, la cultísima y justiciera doña Inda.

 

Su protesta fue privada y consta, en notas marginales, en el recorte del discurso de Fernández Juncos, que me envió.

 

Decía Fernández Juncos:

 

«Y cuanto más estudio las biografías de Hostos, más me persuado de que en él predominaba siempre la cualidad didáctica. La parte que tenía de revolucionario estaba subordinada a la de educador, o quizás no era sino un aspecto militante de ella. No abandonó nunca su propósito de independizar a las Antillas y de unirlas luego en una federación, pero sus trabajos en este sentido eran más bien teóricos que prácticos;...»

 

Donde dice: sus trabajos, hizo una llamada doña Inda, y escribió la siguiente nota al margen:

 

«Tampoco conoce esos trabajos.»

 

Empezaba Fernández Juncos su discurso de esta manera:

 

«Un enseñador de raza enseña donde quiera que se halla, y al llegar Hostos lleno de ciencia, y hallarse con una generación creciente y ávida de saber, no pudo resistir al deseo de compartir con ella su alimento intelectual...»

 

Donde dice: compartir, hizo otra llamada doña Inda y escribió al margen:

 

«con los revolucionarios cubanos sus luchas por la independencia de Cuba, preparando así con esos mismos elementos la de Puerto Rico.»

 

En otro párrafo de su discurso, decía Fernández Juncos:

 

«... ¡por Hostos el puertorriqueño, que a su vez había adquirido su sabiduría y su inspiración en la cátedra de los grandes maestros de España!»

 

Aquí otra nota muy jugosa de doña Inda:

 

«En pedagogía él no siguió el camino trillado por otros.»

 

Empeñado en su tema, decía, en otro párrafo, Fernández Juncos:

 

«Por eso Betances, desconociendo quizás la verdadera índole del talento y de las aptitudes de Hostos, le escribió en cierta ocasión desde París, que «no era posible hacer una tortilla sin romper antes los huevos».

 

«No sé hasta qué punto estaría ligado Hostos a un movimiento revolucionario de esos que necesitan romper huevos; pero es evidente que la cátedra le atraía con mucho más imperio que la tortilla.»

 

Aquí otra nota de doña Inda:

 

«El señor Fernández Juncos no conoce los Estatutos de la Liga de Patriotas.»

 

Y continúa don Manuel Fernández Juncos:

 

«Después de cedida esta isla a los Estados Unidos, y cuando hubiera podido recoger Hostos en su misma patria el premio de sus trabajos revolucionarios, pasó rápidamente por esta ciudad, en donde residía el gobierno, se detuvo en Mayagüez nada más que el tiempo necesario para organizar un instituto educativo según su método de enseñanza y se volvió a Santo Domingo para continuar sus interrumpidas lecciones en la Escuela Normal.»

 

Aquí otra nota de doña Inda:

 

«Bonita interrupción que duró los casi diez años que Hostos vivió en Chile. Así es como se tergiversan los hechos y hasta los propósitos de los hombres.»

 

Bien escribió doña Inda, en sus notas marginales. Fernández Juncos no conoció la labor revolucionaria de don Eugenio María de Hostos, que fue extensa e intensa; no hizo un estudio profundo de la pedagogía del Sr. Hostos, que era un sistema propio, original del celebrado autor de Moral Social y del Tratado de Sociología; no sondeó en el gran pensamiento de la Liga de patriotas portorriqueños, por él fundada; no estudió su intensa labor en Puerto Rico, al volver de la emigración, que era complemento de la que había hecho por Puerto Rico fuera del país; no investigó la causa de su vuelta a la emigración...

 

Bien están las notas de la buena, de la admirable doña Belinda de Ayala, al margen del discurso.

 

Y pido lugar en otro número de «Puerto Rico Evangélico», para seguir escribiendo acerca de las virtudes de mi buena amiga doña Inda, de la buena amiga de mis hijos.

 

Manuel Guzmán Rodríguez

Mayagüez, P. R.

 

Guzmán Rodríguez, Manuel. “Doña Belinda de Ayala Viuda de Hostos”. Puerto Rico Evangélico 6, No. 7 (10 de octubre de 1917): 4.

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